Abre los ojos pausadamente. Se siente cansado. Ya no tiene tanta energía como cuando tenía diecisiete años. Se da la vuelta y le duele la espalda. Sisea en voz baja. Los años le están pasando factura. Con cuidado, se levanta de la cama. Camina descalzo por el parquet si hacer ningún ruido. Es demasiado tarde. Abre la ventana, y sale al pequeño balcón que tiene en su cuarto. Se sienta en la mecedora tranquilamente. La quietud impregna la noche. La gente duerme, los pájaros duermen, el sol duerme… toda la ciudad está en estos momentos en un lugar muy lejos, en el mundo de los sueños. Sólo las mariposas le acompañan en su momento de insomnio. Sigue su agitado revolotear al acercarse a las pequeñas luces de su casa. Las mira jugar entre ellas, jugar incluso con las motas de polvo. Le parece como una danza nocturna, que son pocos afortunados los que pueden ser espectadores. Captura esa esencia en su interior, mañana la plasmará en un cuadro. Se levanta de la mecedora y se apoya en la barandilla. Una gran sonrisa se dibuja en su rostro cuando ve los juguetes de sus nietos dejados al descuido en el jardín. Sonríe más al recordar cómo adora a esos pequeños. Tiene tantas ganas de volver a verlos y pasar las tardes jugando a los exploradores o simplemente contándoles historias… De repente, el olor a rosa llama su atención. Dirige su vista hacia la pequeña selva de flores que también tenía en su jardín. Qué curioso, incluso en plena oscuridad podía notar el intenso color de las rosas, de las magnolias, de las orquídeas, de todas las flores. Se veían incluso más hermosas. Mañana cortaría unas cuantas y decoraría la mesa del salón con ellas –decidió.
Hasta que sus dientes empezaron a castañetear no se dio cuenta de que tenía frío. Estaban en primavera, pero las noches seguían invitando a cobijarse bajo las mantas.
Entra de nuevo a su cuarto y se queda parado. Mira hacia su cama y la ve.
Su esposa yace durmiendo plácidamente, mientras su cabello castaño pintado ya de blanco por las canas cae sobre sus hombros. Deja entrever la parte de arriba de su camisón, pues al dormir en diagonal (como siempre había hecho) enredaba las sábanas entre sus piernas. Sólo la parte izquierda de su rostro está iluminada, pues la luna –celosa- se había colado en la habitación.
No puede moverse. Se siente embelesado por la imagen de esa mujer que había pasado tanto con él, que le había entregado tanto. En un momento de nostalgia, recuerda algunos de los mejores momentos vividos con ella. Sus pulmones se hinchan de puro amor.
Vuelve a mirarla atentamente. El tiempo ha dejado huella en su rostro. Su piel ya no es tan tersa como antaño, ha nevado en su pelo, y su memoria le juega malas pasadas (excepto para los cuentos y los recuerdos). Pero, ¿saben una cosa? Nunca la ha visto tan hermosa. Se siente feliz. Feliz por todo lo que han compartido, por haberle animado en sus carreras y sus exposiciones, por todos los días que ella había llegado ilusionada por leerle uno de sus últimos libros, por los hijos que habían tenido, por los nietos que tenían, por las historias que –juntos- habían creado, por cada despertar junto a ella.
Durante unos segundos, disfruta la paz que ella le sigue transmitiendo aún sesenta años después.
Tiene tantas ganas de despertarla, desnudarla, apoyarse en su pecho y que ella le relate un cuento…
En vez de eso, se acerca a ella y la tapa. No quiere que coja frío.
Se pone de rodillas –con un poco de dificultad- y le da un beso dormido.
Le susurra te amo. Y, antes de levantarse, la vuelve a besar, pero esta vez en la frente.
Así, regresa de nuevo al calor de las sábanas, y la abraza por detrás.
Y se duerme deseando despertar para poder seguir viviendo magia con su esposa.
Hasta que sus dientes empezaron a castañetear no se dio cuenta de que tenía frío. Estaban en primavera, pero las noches seguían invitando a cobijarse bajo las mantas.
Entra de nuevo a su cuarto y se queda parado. Mira hacia su cama y la ve.
Su esposa yace durmiendo plácidamente, mientras su cabello castaño pintado ya de blanco por las canas cae sobre sus hombros. Deja entrever la parte de arriba de su camisón, pues al dormir en diagonal (como siempre había hecho) enredaba las sábanas entre sus piernas. Sólo la parte izquierda de su rostro está iluminada, pues la luna –celosa- se había colado en la habitación.
No puede moverse. Se siente embelesado por la imagen de esa mujer que había pasado tanto con él, que le había entregado tanto. En un momento de nostalgia, recuerda algunos de los mejores momentos vividos con ella. Sus pulmones se hinchan de puro amor.
Vuelve a mirarla atentamente. El tiempo ha dejado huella en su rostro. Su piel ya no es tan tersa como antaño, ha nevado en su pelo, y su memoria le juega malas pasadas (excepto para los cuentos y los recuerdos). Pero, ¿saben una cosa? Nunca la ha visto tan hermosa. Se siente feliz. Feliz por todo lo que han compartido, por haberle animado en sus carreras y sus exposiciones, por todos los días que ella había llegado ilusionada por leerle uno de sus últimos libros, por los hijos que habían tenido, por los nietos que tenían, por las historias que –juntos- habían creado, por cada despertar junto a ella.
Durante unos segundos, disfruta la paz que ella le sigue transmitiendo aún sesenta años después.
Tiene tantas ganas de despertarla, desnudarla, apoyarse en su pecho y que ella le relate un cuento…
En vez de eso, se acerca a ella y la tapa. No quiere que coja frío.
Se pone de rodillas –con un poco de dificultad- y le da un beso dormido.
Le susurra te amo. Y, antes de levantarse, la vuelve a besar, pero esta vez en la frente.
Así, regresa de nuevo al calor de las sábanas, y la abraza por detrás.
Y se duerme deseando despertar para poder seguir viviendo magia con su esposa.
6 comentarios:
Es maravilloso este texto. Quiero ser ella en un futuro.
Veo que también adoras Chocolat, Los amantes del círculo polar, El gran dictador y El club de los poetas muertos. Creo que tenemos gustos parecidos ;).
Mi cielo es el que se contempla desde la costa del noroeste. ¿Y el tuyo? :)
Qué bello, haz dibujado la utopía del amor, utopía que yo lograré ¡¡os lo prometo! besos.
Precioso relato, me encantan los aromas que compartes con el mundo.
:)
Precioso
Es preciosa, increíble! no me salen palabras que decir... =) Un beso.
Increíblemente precioso, como todo lo que escribes!
Un besito.
PD: regalito en mi blog :)
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