Porque era adicta a él... y no podía alejarse del dolor que le causaba

Elena sintió el peso de todas las mentiras del mundo en su pequeño y marchito cuerpo.
-Te amo…-le dijo.
Ella quiso vomitar del asco. El amor no era eso, el amor no era eso, se repetía una y otra vez.
-¿Elena? –la llamó él.
Ella lo miró directamente a los ojos, se perdió en la nada, sus ojos estaban vacíos, como todo lo que habitaba dentro de él.
-Te amo…-repitió él creyendo que Elena no lo había oído.
De repente, la bomba que llevaba en Elena formándose desde hacía demasiadas mentiras, llegó hasta el cero y dejó de contar.
-¿QUE ME AMAS? ¿CÓMO PUEDES DECIRLO? ¿CÓMO, SI CADA DÍA COMPARTES TUS LABIOS CON OTRAS MUJERES QUE NO SOY YO? ¿CÓMO PUEDES AMARME SI TODAS LAS MAÑANAS TE LAMENTAS DE AMANECER CONMIGO Y ME REPITES UNA Y OTRA VEZ QUE TE DOY ASCO? ¿DESPUÉS DE TODOS ESTE TIEMPO DE INFELICIDAD? ¿Dime, cómo…? –Gimió con un hilo de voz. Cayó al suelo entre gritos y recuerdos, mentiras y lágrimas, discusiones y portazos. Él sólo atinó a mirarla. Ni siquiera se movió de su sitio. Ni siquiera pronunció su nombre.
-No es como lo piensas…-le dijo él.
Ella lo miró con las pupilas llena de dolor.
-¿Qué no es cómo pienso…? ¿Quieres que saque de nuevo todos los recuerdos?
-¡JODER, ELENA!
-NI JODER NI NADA –¿de dónde había salido esa fuerza de voluntad para responderle?
-Si tan infeliz eres conmigo, ¿por qué no coges las cosas y te largas de una vez por todas?