Desbordaste
mis vacíos con aquellos dibujos y escritos que yo miraba ilusionada con mis
ojos de niña. Te creí poeta y pintor, tuve fe ciega en tus surrealismos, pero
también en tus fantasmas. Aprendí cada uno de tus cuentos para no perderlos en
la noche. Me sumergí en tu extraño mundo de reflexiones a cuerpo desnudo con un
cigarrillo en la mano y el corazón en la otra. Me creaste de tu piel y el frío
fue lo único que tuve. Aun así no importaba, ¡tenía dibujos y palabras,
pinturas y poesía! Y tu boca para llevarme por el camino de la epistemología.
Con los bolsillos desiertos, me volví abundante en sudor, besos y conocimiento.
Y me revelaste que el tiempo es tan solo un concepto. Tomé tus ideas como leyes
del vivir y busqué entre filósofos la respuesta del sentido de esta historia.
Pero tuve que quitar tu falta de coraje del canon que habíamos establecido: el
miedo en tus ojos, el temblor de tus oídos, la indecisión de las yemas de tus
dedos… Y no hallé remedio en aquellos
libros que una vez había consultado. Solo pude esperar a que la cobardía creciese
y fuera más fuerte que aquellos dibujos, que aquellas palabras, que aquellas
noches de cuentos. Y te venciera. Y me venciese. Y nos derrotase.