9/9/08

-Encuentros furtivos-


Respiraste hondo con fuerza.Te encontrabas junto a aquella cascada que había sido cómplice de encuentros furtivos. Extrañamente ese sonido te recordaba a su respiración cuando se iba volviendo rítmicamente acompasada, después de una demostración tangible de amor. El aire te traía bocanadas de recuerdos (y tan maravillosos y preciados recuerdos) y las flores te regalaban la suavidad de aquellas caricias tan amadas -y anheladas. Su perfume lo llevabas siempre presente, atesorado como una joya en el corazón -al lado de tu amor hacia ella.Como si fuese casi irreal, los rayos de la luna se dejaron caer lentamente sobre aquel anciano árbol. Muchas mariposas se escaparon de entre sus ramas, como si quisieran captar toda tu atención. Y cobijada por las raíces estaba ella. Tu ninfa. Para ti era tan preciosa. Su cabello cobrizo te recordaba a las amapolas en verano, Como era costumbre, una indecente y desvergonzada desnudez era su traje. Aún recordabas la primera vez que te quedaste sin respiración por ver a esa hada salir de entre las sombras del agua. Pensaste que tu aspecto monstruoso y tus modales animales la harían correr despavorida entre sonoros gritos de auxilio. Pero no fue así. Ella te observaba con ojos curiosos. Y con unos labios de inocencia formando una sonrisa tan bonita como una tarde de primavera (como la que siempre tenía cuando rompías las leyes y acudías a su encuentro). En vez de salir huyendo, se acercó a ti. Y con la yema de sus dedos recorrió tu contorno, como quien recorre el universo en sueños. Recuerdos, tan maravillosos y preciados recuerdos. Ella se levantó. Corrió hacia ti hasta que su cuerpo se acopló al tuyo. Todos los cables de tu anatomía se erizaron por su contacto casi mágico. Unió sus labios con los tuyos, y con unas cuerdas invisibles también unió los corazones. Como si fuese un ritual de antiguos amantes, cogió tus manos entre sus delicados dedos y las llevó a su inmaculado rostro. Cerró los ojos. Sabías que a tu lado se sentía tan protegida...La amabas tanto, la extrañabas tanto... Y es que su amor estaba prohibido, ¿cómo una nínfula del paraíso podía estar con un monstruo despiadado obligado a defender a sangre fría la nación de un lugar llamado nada? La belleza no puede ir de mano con la fealdad. El bien y el mal tienen que existir, pero no pueden compartir la cama nunca.Retrocediste un poco para congelar su enigmática imagen. Parecía una etérea muñeca de porcelana. Tu muñeca de porcelana.En sus ojos se podía leer -entre líneas- amor y una felicidad que llevaba tu nombre, junto con esa inocencia que te había cautivado desde el primer momento. La luna estaba en un plano secundario, pues sabía que no podía competir con ella. Su albina piel rogaba a gritos silenciosos que la recorrieras con besos de puro ardor. Su cuello te incitaba. Y su busto hacía que afloraran tus más excéntricos deseos. Su respiración mecía sus pequeños pezones al compás de una nana cantada por las estrellas. Un febril deseo se apoderó de tu ser. Necesitabas sentirla una vez más, refugiarte bajo un manto de suaves caricias y nadar entre olas de placer. Le acariciaste un pecho con tus rugosos dedos, que hizo que despertara hasta endurecerse, mientras tu otra mano recorría su figura deteniéndose en aquellas zonas más íntimas. La mirabas directamente a esos ojos grises como la plata más valiosa. Esos que te daban las buenas noches -y los buenos días- y te hacían perderte entre húmedas fantasías. Paulatinamente, ella, tu ninfa, descendió hasta quedarse de rodillas, como una total sumisión ante el amor que sentía por ti. Con sus juguetonas manos acarició tu miembro, desde hace ya tiempo erecto a causa de su presencia. Sin más preámbulos, lo introdujo en su boca, dándole una cálida bienvenida con su lengua. Grandes gemidos se escaparon de tus labios. Tu deseo aumentaba cada vez más. La lujuria se había instalado en ambas almas. Mucho antes de llegar a la cumbre del placer, la detuviste y sin previo aviso la cargaste entre tus fuertes brazos.A lo lejos se escuchó el sonido de una rana perdida, pero ninguno la escuchó. La llevaste al final de la cascada, donde estaba aquella cueva que era su hogar. La apoyaste en una de las paredes y -sin separar tus labios de los de ella- la tomaste tras un 'te amo'. Un armonioso 'te he añorado demasiado' salió de sus labios tan críptico como un misterio.Tus caderas bailaban un vals de vaivenes y sus gemidos eran la oscura melodía del más puro deseo. Así, entre suspiros y tequieros, fundiste su ser con el tuyo, formaste un sólo corazón, una sola mente, y creaste una silenciosa promesa de amor infinito. Y antes de que ambos llegaran al clímax a la vez, su mirada también se fusionó en un sólo secreto que escondía su amor prohibido y así se adentraron en un intenso y profundo océano de sentimientos.

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