En su inocente travesura, la pequeña Lu se había colado por la ventana del Hombre Misterioso.
Metida de lleno en el armario, rebuscaba con sus curiosas manos. Se probó todo lo que encontró y casi se asfixia cuando desfiló con aquel traje de chaqueta blanco y la pajarita de lunares verdes (que ella se había puesto de diadema). Unos zapatos diez tallas mayor que la suya le robaban más risas. Era bastante gracioso intentar no caerse con esos pies de oso. Caminó por toda la casa creyéndose famosa de una pasarela. Cuando se cansó de los flashes de las cámaras y de los autógrafos (la vida de una diva era muy complicada) se sentó en el escritorio.
Una carpeta negra atrajo su atención. Al abrirla (pues no se iba a quedar sin saber qué contenía) yacían dibujos escondidos como tesoros olvidados. Uno por uno, los contempló con la admiración de una niña –de la niña que era: había gente de la ciudad plasmada, estaba la entrada incluso. También, había otros rostros desconocidos y otros paisajes nunca vistos, que ella presupuso que serían de donde venía el Hombre Misterioso.
Pero uno de ellos hizo que se le acelerase el corazón: una chica de espaldas, sentada en un banco, como si estuviese en un muelle viendo un barco –y su vida- partir. Se levantó y se miró en el espejo la espalda (o eso intentó) y luego volvió a mirar el dibujo. ¡Esa chica era clavadita a ella! No sabía por qué, hizo un barquito de papel con una hoja cercana (que esperaba que no fuese de algo importante). Y escribió:
No te preocupes,
está en un lugar bien cuidado.
Pequeña Lu.
Lo dejó en el sitio donde antes descansaba el dibujo (que se había guardado en el bolsillo) y con su traviesa inocencia, se puso otra vez su traje verde y salió rumbo a comer un dulce a la cada de la Señora de las Mil y una tartas.
Metida de lleno en el armario, rebuscaba con sus curiosas manos. Se probó todo lo que encontró y casi se asfixia cuando desfiló con aquel traje de chaqueta blanco y la pajarita de lunares verdes (que ella se había puesto de diadema). Unos zapatos diez tallas mayor que la suya le robaban más risas. Era bastante gracioso intentar no caerse con esos pies de oso. Caminó por toda la casa creyéndose famosa de una pasarela. Cuando se cansó de los flashes de las cámaras y de los autógrafos (la vida de una diva era muy complicada) se sentó en el escritorio.
Una carpeta negra atrajo su atención. Al abrirla (pues no se iba a quedar sin saber qué contenía) yacían dibujos escondidos como tesoros olvidados. Uno por uno, los contempló con la admiración de una niña –de la niña que era: había gente de la ciudad plasmada, estaba la entrada incluso. También, había otros rostros desconocidos y otros paisajes nunca vistos, que ella presupuso que serían de donde venía el Hombre Misterioso.
Pero uno de ellos hizo que se le acelerase el corazón: una chica de espaldas, sentada en un banco, como si estuviese en un muelle viendo un barco –y su vida- partir. Se levantó y se miró en el espejo la espalda (o eso intentó) y luego volvió a mirar el dibujo. ¡Esa chica era clavadita a ella! No sabía por qué, hizo un barquito de papel con una hoja cercana (que esperaba que no fuese de algo importante). Y escribió:
No te preocupes,
está en un lugar bien cuidado.
Pequeña Lu.
Lo dejó en el sitio donde antes descansaba el dibujo (que se había guardado en el bolsillo) y con su traviesa inocencia, se puso otra vez su traje verde y salió rumbo a comer un dulce a la cada de la Señora de las Mil y una tartas.
4 comentarios:
Hermoso
llego profundamente a mi.
Es genial.
Simplemente, increíble (L)
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