Era un día tranquilo, las nubes se escondían detrás del sol mientras la luna las observaba de reojo. La pequeña Lu paseaba por las ruidosas calles llenas de silencios. Se dirigía al callejón más oscuro de toda la ciudad. Canturreaba una de esas canciones que nada más escucharlas te ponen feliz.
Un paso más, otro, otro… ya estaba en su lugar de destino: una puerta de madera se alzaba pesada hacia el cielo. Tocó tres veces. La rejilla del buzón chilló al abrirse y unos ojos curiosos se asomaron. La puerta se abrió dejando a la vista una pequeña salita con un sofá y una mesa en el centro. Pero, ¿dónde estaba la persona que había abierto?
-Pasa, pequeña Lu –le dijo una voz.
-¿Conejo? Preguntó ella.
La puerta se cerró descubriendo al Conejo. Ataviado con su sombrero de copa que, como un reloj de cuco, le sobresalía un pequeño conejo, este personaje no era uno cualquiera pues era el Conejo de la suerte.
-Siéntate, niña –dijo invitándola con la mano.
Él se acercó al sillón dando saltitos y ella le siguió con una sonrisa en los ojos.
-Necesito tu consejo…-comenzó a decirle.
-Sí, todos vienen aquí por eso –respondió.
El silencio reinó en la sala mientras la pequeña Lu ponía en orden sus dudas.
-¿Por qué te llaman el Conejo de la suerte? ¿Repartes suerte? Porque, si es así, necesito que me llenes los bolsillos de ella.
La nariz del conejo se agitó velozmente.
-No reparto suerte.
Ella lo miró sorprendida. Era el Conejo de la suerte, ¡claro que tenía que repartir suerte!
-¿No? ¿Cómo que no? Inquirió.
-Sólo doy consejos que a la gente le ayudan a tomar la decisión correcta. Por eso, las malas, lenguas, dicen que doy suerte.
La pequeña Lu, nerviosa, se retorció las manos. Al fin se decidió a formular su duda…
-¿Qué debo hacer?
El Conejo agitó su colita.
-¿Qué te dice tu cabeza?
-Que deje de ir a la Fuente de los deseos a poner barquitos de papel buscando al Hombre Misterioso… -añadió quizás con pena, quizás con resignación.
-Pues haz todo lo contrario a lo que te dice. Verás, la razón y el corazón están enfrentados desde el principio de los siglos pues la razón tiene miedo a sufrir y por eso siempre dice no, pero el corazón dice si, no porque no le importe el dolor, sino porque sabe que si se arriesga y gana, la recompensa es muchísimo mayor: amor y felicidad. Ya sabes: es el mayor sabio que hay en el mundo.
Un paso más, otro, otro… ya estaba en su lugar de destino: una puerta de madera se alzaba pesada hacia el cielo. Tocó tres veces. La rejilla del buzón chilló al abrirse y unos ojos curiosos se asomaron. La puerta se abrió dejando a la vista una pequeña salita con un sofá y una mesa en el centro. Pero, ¿dónde estaba la persona que había abierto?
-Pasa, pequeña Lu –le dijo una voz.
-¿Conejo? Preguntó ella.
La puerta se cerró descubriendo al Conejo. Ataviado con su sombrero de copa que, como un reloj de cuco, le sobresalía un pequeño conejo, este personaje no era uno cualquiera pues era el Conejo de la suerte.
-Siéntate, niña –dijo invitándola con la mano.
Él se acercó al sillón dando saltitos y ella le siguió con una sonrisa en los ojos.
-Necesito tu consejo…-comenzó a decirle.
-Sí, todos vienen aquí por eso –respondió.
El silencio reinó en la sala mientras la pequeña Lu ponía en orden sus dudas.
-¿Por qué te llaman el Conejo de la suerte? ¿Repartes suerte? Porque, si es así, necesito que me llenes los bolsillos de ella.
La nariz del conejo se agitó velozmente.
-No reparto suerte.
Ella lo miró sorprendida. Era el Conejo de la suerte, ¡claro que tenía que repartir suerte!
-¿No? ¿Cómo que no? Inquirió.
-Sólo doy consejos que a la gente le ayudan a tomar la decisión correcta. Por eso, las malas, lenguas, dicen que doy suerte.
La pequeña Lu, nerviosa, se retorció las manos. Al fin se decidió a formular su duda…
-¿Qué debo hacer?
El Conejo agitó su colita.
-¿Qué te dice tu cabeza?
-Que deje de ir a la Fuente de los deseos a poner barquitos de papel buscando al Hombre Misterioso… -añadió quizás con pena, quizás con resignación.
-Pues haz todo lo contrario a lo que te dice. Verás, la razón y el corazón están enfrentados desde el principio de los siglos pues la razón tiene miedo a sufrir y por eso siempre dice no, pero el corazón dice si, no porque no le importe el dolor, sino porque sabe que si se arriesga y gana, la recompensa es muchísimo mayor: amor y felicidad. Ya sabes: es el mayor sabio que hay en el mundo.
5 comentarios:
No tienes ni idea de lo que reconforta sentirme partidario de una pequeñita parte de la ciudad de las contradicciones. querría tener la oportunidad de dibujar algún personaje que otro, puedo?
De todas maneras seguiré estando privadisimo con el relato inventaste a partir de unos miseros trasitos de nada(k)
P.D: adoro todo aquello k sale de tu cabeza y plasmas en "papel", x si no te lo abia dicho.(LL)
ey, mira mi blog, escribi algo para ti :3
Qué grande eres! Sin duda el que tiene razón siempre es el corazón, no la cabeza, estúpida prudente con miedo a todo.
Un besito enorme! :)
Sencillamente conmovedor.
Saludos.
precioso
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