Señoras y Señores, les presento a mi Hombre Misterioso

Él no era uno de esos hombres que para crear misterio se ponía una gabardina marrón y a juego un sombrero ladeado. No. Mi Hombre Misterioso llevaba los secretos en los ojos (y alguno que otro en los labios). Sus pupilas encriptaban todo su pasado y un atisbo de melancolía se entreveía cuando abría los párpados. Por eso, no era extraño que me quedara inundada horas y horas en sus ojos, navegando en busca de algunas respuestas. Me solía quedar quieta, a su lado, acariciándole la espalda mientras mis pupilas escrutaban cada rincón de ese inmenso castaño que eran sus ojos. Entonces, él me besaba sacándome de mi ensoñación. ¡Qué recuerdos! ¡Sus labios! Aquellos labios de cielo cuyas palabras formaban un entresijo muy complicado de descifrar. Cada letra era un mundo en el que se escondía un sentimiento o algo imposible de decir. Y hasta sus dedos desprendían misterio mientras se perdían por mi cuerpo. Todo en él era puro misterio. Siempre creí que, con el paso del tiempo, se desvanecería hasta saberme de memoria el siguiente paso que iba a hacer. ¡Qué equivocada estaba! Nunca se perdió ese halo indescriptible que lo envolvía y creo que por ello llegué a conocerlo tanto que cada gesto que hiciera lo conocía a la perfección y me sorprendía por su descubrimiento. ¿Alguna vez te has preguntado por qué le llamo Hombre Misterioso? Al fin y al cabo, él era una persona normal y corriente (no tanto, algunas veces) y, como todos, tenía nombre pero nunca quise saberlo, preferí escoger uno por el que sólo yo lo llamara para que siempre supiera quién le escribía, para que entre nosotros siempre hubiera magia (pero magia de la misteriosa) y que si alguna vez el tiempo nos separaba y viera su nombre, supiera que la Pequeña Lu lo estaba esperando.