Romencia
Prólogo
No sabía qué hacía exactamente allí, en el aeropuerto. Bueno sí, tenía razones suficientes, muchas palabras que llenarían un por qué, pero nada era sensato. Toda lógica y racionalidad lo habían abandonado desde el momento en que decidió irse de viaje. Todo el mundo había quedado encantado con la idea. Visitar otros países seduce a cualquiera, en efecto. Pero nadie sabía el verdadero significado que tenía aquella ciudad para él y para ciertos recuerdos que una vez trastornaron su día a día. Y allí se encontraba, sentado con una guía de los mejores sitios turísticos y un descafeinado en la otra mano. Esperando (y puede que no solo a la llamada de embarque).
Miró a su alrededor y solo vio ilusiones, deseos, ansias de comerse el mundo a bocados. Pensó que era la única persona en todo el aeropuerto de Tenerife que no iba solo a ver museos y comprar regalos. Había algo más, mucho más profundo de lo que pudiera imaginarse a simple vista. Claro, ¿quién iba a pensar que el chico de abrigo marrón y restos de pintura en las manos iba a recorrer una ciudad tan solo para calmar a los recuerdos y al corazón?
Se frotó los ojos intentando que todo esto no le pareciera una locura. Suspiró pensando que así alejaría las dudas y se irían al otro lado de la isla. Pero el reloj apremiaba y su destino parecía ya inexorable e inminente. Nunca creyó en el destino, hasta que la conoció a ella y supo que la vida se la había colocado delante de él por una razón, que su encuentro no había sido fortuito y que ellos habían sido por un motivo concreto. Nunca lo supo y mucho menos ahora, después de tantos años, iba a descubrirlo. Tiempo. Habían pasado tantos años, tantos meses sin verse, tantos silencios. Hasta hubo un momento en el que apenas pensaba en ella, pero siempre volvía. Por eso, la idea le parecía un poco absurda e infantil. Hacía casi quince años que no sabía de ella, que no miraba sus ojos negros y perdía toda la cordura (cosa que le faltaba en estos instantes). Ni siquiera sabía por qué hacía esto. Llevaba meses intentando autoconvencerse de que ella no tenía nada que ver, que sus labios no influían en sus decisiones. Pero donde hubo fuego, cenizas quedan y ya era hora de que limpiara su conciencia de polvo.
Cuando su vuelo salió anunciado por los ruidosos altavoces, los nervios se juntaron con las dudas y su razón empezó a torturarle pero no había vuelta atrás (nunca la hubo). En un vano intento de obtener una tregua de silencio, sacó un cuaderno y se puso a dibujar. Cada vez que los ojos negros de ellas se atisbaban en una esquina, empezaba a hacer trazos de nuevo en una hoja en blanco. Pero por suerte el tiempo pasó más rápido que sus recuerdos y pronto se encontró en su lugar de destino: Romencia.
Capítulo uno
Romencia lo acogió con su magia y sus luces, con sus calles y su historia, con sus gentes y sus secretos. Se instaló en un cómodo y confortable hotelito del centro, tan antiguo como los amores que contaban las leyendas de la ciudad. A él no le interesaban los lujos ni las apariencias. Por eso, había escogido ese alojamiento. Era más fácil empaparse de todas sus historias y momentos en un sitio como ese.
Una señora de edad infinita lo había recibido con el cariño con el que se alberga a una persona que viene a entender el amor que le tienes al sitio donde naciste. Nada más verlo, le dijo sei un artista y el no pudo más que sonreír. Pocas personas reconocían su alma creadora sin haber visto sus bocetos. Lo instaló en una alcoba pequeña que parecía haber sido creada para él y sus sueños, pero lo que más imponía eran las vistas: toda Romencia sublevada a su arte.
A media tarde, cuando el sueño empieza a menguar y los amantes a esconderse, salió a pasear por los rincones que tenía más cerca. El Duomo lo recibió entre mármoles rosados –como una caricia seductora- , verdes y blancos. El arte que respiraba cada tabique, lo transportó a épocas pasadas y las esculturas que poblaban cada tramo le recordaron el por qué decidió estudiar Bellas Artes. Se imaginó ayudando a Brunelleschi a crear tal obra maestra y una media sonrisa apareció en sus labios. En efecto, Romencia estaba hecha para él y sus trazos. El Campanile estaba esperándolo para mostrarle toda la belleza de Romencia desde las alturas. Perdón, para mostrarle toda la BELLEZA de esa ciudad. Ella cruzó fugaz, como una estrella, por su mente al pensar en belleza. Si ella estuviera a su lado, probablemente crearía unos versos hechos a la medida de aquel lugar, que expresaran con exactitud los sentimientos que respiraba Romencia. No es que no se permitiera pensar en ella, es que la vida le había enseñado que todo tenía su momento y ellos ya habían pasado hacía varios años. Pero eso no quitaba que recordara su cabello largo esparcido por su cama de vez en cuando. Hubiera sido fácil descolgar un teléfono y preguntar ¿qué tal estás? Pero ellos nunca fueron de esos. Y era extraño todo esto pues él había tenido varias novias más y jamás ninguna le tocó tan hondo como ella. Las había querido, amado hasta adorado pero nunca con aquella pasión y alma como ocurrió cuando la vida se la puso en su camino. Le había perdido la pista a sus ojos negros y había sido complicado volver a encontrar algún indicio de ellos. Lo último que supo es que ella se había marchado de su isla natal en busca de sus sueños y palabras. Suspiró y la cúpula del Campanile se estremeció. Esas paredes habían contemplado a muchos amantes desdichados pero nunca escucharon un suspiro que confesara y anhelara tanto. Cuando llegó a la Piazza S. Petro, Romencia sonrió pensando en la magia que llevaba en sus entrañas y en cómo la frase ‘’todo es posible’’ cobraba vida propia en sus costillas. El chico no lo sabía pero a veces basta con soñarlo para lograrlo. O, quizás, a veces basta no esperarlo para que ocurra
El recorrido había sido largo. Estaba cansado pero solo de cuerpo pues tenía la esperanza y las ilusiones intactas. Se paró a disfrutar de una comida reconfortante pero lo que no sabía es que las ansias se llenan con amor y no con comida. Tras la cena, decidió acercarse al Coliseo. La luz que había apenas alcanzaba para iluminarle el cuaderno en el que estaba retratando Romencia, pero eso no le impedía inmortalizar sus vivencias. Un trazo aquí, otro allá, una curva en este lado, el alma en esta parte… Y voilá, una ciudad convertida en arte.
Dicen que cuando se crea arte, los artistas se sumergen en un éxtasis en el que el solo existen sus manos y su mente y, por ello, es muy difícil despertarlos y hacer que vuelvan a respirar con nosotros en el mundo. Por eso, cuando el aroma a rosas invadió su nariz y sus sentidos, tuvo que soltar el lápiz y parpadear un par de veces antes de regresar de nuevo, como quien despierta de un plácido sueño. Pero no volvió a este mundo, a estos suelos tan conocidos. Su memoria lo hizo viajar hasta una cama, donde él estaba aferrado a un cuerpo desnudo. Me encanta como hueles, como a rosas resonó como un eco en su cabeza. Una sonrisa grácil se le apareció en sus recuerdos y el beso que vino a continuación lo tenía tan vívido que casi lo sintió, como una mariposa, en sus labios. Ella, ella, ella… toda Romencia parecía ser ella y no era para menos. Pero eso no significaba que no luchara con todas sus fuerzas. Levantó la vista en busca de aquel rosal que estaba embriagando sus recuerdos y cuando lo encontró, se acercó a él –como si así pudiera estar más cerca del aroma que ella emanaba en aquellas tardes en su cuarto. Una rosa más oscura y vieja que las otras llamó su atención. Rozó, con miedo, sus pétalos y ese tacto le recordó a los párpados de ella. ¡Ay que ver, cómo es la memoria! Cerró los ojos y se dejó llevar por esa fragancia y se dejó guiar por su historia. Al abrir los ojos la vio, allí estaba ella, al otro lado del rosal observando las rosas, apenas vencida por el tiempo, con los rasgos de niña aún dándole vida a sus ojos, con su piel clara paseando por el aire, con las palabras brotándole de los poros. Podría reconocerla en cualquier parte, la memoria no lo había traicionado. No había alterado ningún rasgo. Así, que si algún día tenía sus ojos otra vez delante, sabría diferenciarlos entre una marabunta de miradas. ¡Un momento! Esto no era un sueño, ni una ilusión, ni un deseo… ¡era ella de verdad!
1 comentario:
Me gusta, estaré atenta a la historia :)
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